viernes, 21 de octubre de 2016

 
Cuando escribo este mensaje son las 18:39 de la tarde, mitad de la clase del seminario. Quería entrar al campus para dejar este mensaje, pero me salta error. Acabo de sacarle captura de pantalla, donde aparece la hora a la cual intenté ingresar al campus. Lamentablemente sé que es probable cambiar el horario de la computadora, pero no hallé otra forma de demostrar que a esa hora inteté entrar al campus.
Quería dejar un mensaje explicando mi situación: Yo ya realice el trabajo práctico correspondiente para hoy, pero no voy a poder asistir a clases, porque no hay otra persona capaz actualmente de cuidar a mi hermano de siete años, que además de ser chico, tiene un leve retraso madurativo (posible tgd, el diagnóstico no puedo acordármelo en este momento), por ende no está para nada capacitado para estar solo, y yo no pienso dejarlo solo. Sin embargo, para que haya constancia de que yo el trabajo lo hice, lo subí hace unos minutos ami blog, y pensaba dejar la dirección del mismo (http://prohibidalacasualidad.blogspot.com.ar/) en el campus, pero me saltó el error. No tengo mas que el mail de una compañera, y no dejé ningún mensaje antes (ni a mi compañera, ni en el campus) porque no sabía que iba a tener que quedarme con mi hermano hasta esta hora (y más, porque no tengo relevamiento hasta después de las ocho), y como tengo una hora de viaje hasta la facultad, ya doy por seguro que nop llego.
Por último aclarar que mi mamá tenía un compromiso laboral (es médica y está haciendo un domicilio), y mi hermano está con el celular apagado, ensayando en provincia, y por lo tanto estamos incomunicados con él.

Copio y pego este mensaje en el blog, a las 19:04, junto con las tres capturas de pantallas que hice: yo escribiendo el mensaje, el cartel de error del campus, y mi blog.






¡Help me!, y lo ominoso
Trabajo práctico para el seminario de escritura creativa: teoría y práctica de la producción de ficciones, 2° cuatrimestre 2016

Consignas seleccionadas:
¿Considera que el cuento apunta a construir algo ominoso? ¿Por qué y cómo? Releve en el cuento los recursos de escritura con los que justificaría la respuesta.
¿Qué elementos y recursos utiliza martinez para crear un mundo consistente? Observen descripciones, detalles, objetos, construccion de espacios. ¿En qué sentido aportan a la tensión dramática y al efecto que produce el cuento?
Estamos en un cuento en primera persona: se narra desde la interioridad del personaje. ¿Cómo esta construido ese narrador/personaje? ¿Puede relacionarse esta construccion con el principio de “mostrar, no decir”?

¡Help me! es un cuento del autor Guillermo Martínez, donde se narra por parte del viajero un hecho desconcertante, que luego declararé como siniestro, en la ciudad de Bratislava, en un hotel cercano a la plaza principal de la misma. Ubicado temporalmente este relato en “(…) los primeros años de la Unión Europea.”, el narrador relata, luego de una serie de infortunios que lo dejaron con muy poco dinero, y al borde de la incomunicación, su encuentro con un personaje  muy particular. Este encuentro sería el detonante para la irrupción de lo ominoso en lo que simplemente podría tratarse de una anécdota curiosa; sin embargo hay pequeños atisbos de clima que llamarían la atención por su roce con los códigos recurrentes de ambientación del relato canónico terrorífico, tales como la oscuridad, el silencio, los climas adversos, las construcciones descuidadas y con muchos años, etc. Sin embargo no es hasta llegar al hotel que reservó donde lo realmente ominoso se revela como tal, contradiciéndose el hotel con todo lo mencionado anteriormente: es un hotel lujoso y probablemente muy acogedor; dejando tal vez a la primer parte introductoria como una especie de “augurio” de aquello que vendría luego, además de ser la parte donde se despoja al protagonista de su dinero y seguridad, cosa que contribuirá a lo terrorífico del relato posteriormente.
En primer punto, debo aclarar de qué forma empleo en este trabajo el término “ominoso”, y como lo relaciono con la palabra, sin traducción en el español, “Unheimlich”.  Para ello me remito a la etimología de “Ominoso”, y al texto de Freud “Lo siniestro”, donde el autor hace una reflexión sobre la palabra unheimlich, su etimología y su supuesto antónimo heimlich. En el seminario planteamos el origen de la palabra “ominoso” a las palabras latinas omen/ominis, cuyo significado adquiere el de augurio, presagio, especialmente en el sentido de ser estos desfavorables. Otra palabra de origen latino con la misma raíz sería abominable, siendo lo abominable aquello de lo que tenemos que estar alejados, apartarlo de nosotros. Ominoso sería el término más cercano para aquello que carga “Unheimlich”. Volviendo al artículo de Freud podemos sacar las siguientes conclusiones de la palabra: Un- sería el prefijo de negación, que revierte el significado de heimlich, siendo el mismo: hogareño, familiar, reconfortante. Se puede razonar entonces que unheimlich es entonces todo aquello que nos resulta extraño, ajeno, oscuro a nuestra percepción; pero sin embargo Freud le da otra vuelta: Podría ser unheimlich todo aquello interno, propio y por lo tanto conocido, pero que sin embargo es reprimido, oculto por nuestra consciencia, y que al manifestarse aterra. Pero, ¿Por qué?, Por la razón de que aquello oculto, interno, debe permanecer siempre así: oculto, desterrado, porque aquello siniestro, ominoso (que representa un mal presagio, mala fortuna), es abominable, aterrador, y no debemos reconocerlo como nuestro, aunque frente a nosotros esté la prueba de que efectivamente sí lo es.
Por último también aclarar el empleo de “siniestro”: En este texto lo uso con su relación a la izquierda (dirección relativa), y  la analogía de los pájaros volando hacia la izquierda en roma –señal de mal agüero-.

¡Help me! y su construcción ominosa:
Considero la obra de Martínez como un cuento ominoso, definitivamente abominable para mi subjetividad. Sin embargo voy a presentar los argumentos que considero justifican mi pensamiento, lo más concretamente posible.
Primero se nos presenta, al lector argentino, y yo supongo, lector textual de la obra, un lugar lejano, posiblemente desconocido para muchos. Una tierra ajena, para nada hogareña, acrecentado este hecho por ser el protagonista un turista, y no un habitante natural o estable de ese país. Sin embargo, el mundo sobre el que se construye el cuento es reflejo del real, todas las ciudades mencionadas existen, y las pocas relaciones que da entre ellas son reales. Y aunque el lector textual no conozca la ubicación de estas ciudades (Bratislava, Viena, Budapest), muy probablemente oyó hablar de las mismas, en una clase de historia, en una serie televisiva, o lo leyó en una revista; por ende muy probablemente el lector hacia el que está dirigido el texto (el conjunto de premisas y concepciones que hace el autor textual sobre el lector textual, que es quien se supone leerá la obra), reconozca estas coordenadas espaciales. Y así como las reconoce, sabe que pertenecen a nuestro mundo, por ende puede aplicar a este mundo-el del cuento- las leyes propias del mundo “real”, las reglas universales para los humanos, la cultura dominante del mundo, las leyes físicas, etc. Hay una muy fuerte probabilidad de identificación para el lector.
También el lector se puede llegar a sentir identificado por ser él mismo un extranjero en ese cuento, y doblemente identificado como argentino, extranjero en esa ciudad, sin dinero, y entre hablantes de un idioma no muy propagado en las culturas terrestres. Es casi imposible que exista lector alguno que no se haya sentido en su vida ajeno, perdido, y con dificultades para expresar sus necesidades, y que no reconozca (al menos inconscientemente), esa sensación en el protagonista y la proyecte como propia (aunque no seamos conscientes, valga la redundancia, de esto). Todo esto es importante para la construcción del clima ominoso: cualquier detalle que se nos pueda presentar aterrador, lo es doblemente, al ser este mundo ficticio, un espejo de lo que puede ser el mundo real, y al ser este protagonista una posible realización de lo que seríamos nosotros en ese mundo.
En la introducción del cuento, que va desde que se presenta el espacio geográfico-temporal hasta su llegada al hotel, las representaciones canónicas, típicas de lo siniestro se ven bien explícitas; el protagonista viaja desde Viena hasta Bratislava – siendo este un viaje inesperado, nacido de la pura espontaneidad – en “(…) un carromato crujiente, con los fuelles vencidos, y unas ventanillas que no cerraban del todo y dejaban colar por las rendijas un viento helado.”. Viaja de noche, una noche de clima nada amistoso, en un transporte descuidado, probablemente con varios años de uso. Viaja solo, y aunque hay otros viajeros en el mismo transporte, muy probablemente no pueda comunicarse con ellos. Sin embargo pese a estar estos elementos presentes –soledad, noche/oscuridad, frío, transporte poco confiable- no se presenta la situación como terrorífica, y hasta el protagonista termina durmiendo en el viaje, debido al balanceo del carromato. Ni siquiera cuando es despertado bruscamente por dañinos reflectores y atosigado por unas voces autoritarias, cuyo mensaje no puede comprender, es presentado esto como aterrador. El protagonista es despojado de la mayor parte de su dinero efectivo – por una multa al no llevar la correspondiente Visa encima –, salvo por unas monedas eslovacas que las autoridades que lo detuvieron le conceden, y solamente hace una mención leve, preocupante, pero en absoluto angustiante. Sin embargo, la falta de dinero, para alguien que está en un lugar desconocido, cuyo idioma oficial no puede entender ni hablar, esto es más que preocupante; no tiene la seguridad que este elemento le confiere. La “simpatía” y ganas de ayudar que despierta en las personas el dinero, probablemente le sean inalcanzables. Posee su tarjeta de crédito y su dinero virtual en esta, si, pero sin embargo, tiene la cruel sospecha de que el mismo no le alcance siquiera para pasar la noche de su llegada en la habitación reservada: “No estaba seguro de cuánto crédito me quedaba […],  no sabía siquiera si la tarjeta resistiría el pago de esa noche.”
El dinero cubrió la noche, efectivamente, y el viajero pudo dormir apacible y profundamente, no sin antes dejarnos un pequeño e indiscreto mensaje: “Era joven y tenía la superstición feliz del viajero, que supone que nada verdaderamente malo puede pasarle si sólo está de paso.”. Nos revela acá los siguientes datos: El narrador actual, quien cuenta la historia, ya no es una persona joven. Esta declaración arroja una luz de anécdota al relato, y le da mayor verosimilitud. “(…) tenía la superstición feliz (…)”; ya no sólo no tiene esa misma idea que antes, sino que además nos deja un sabor de burla, de menosprecio ante esa ilusión de seguridad que le daba la juventud y el “estar de paso”. Entiendo esto como un adelanto, un presagio, y un claro signo de lo ominoso queriendo penetrar lentamente en este cuento.
La primera impresión del hotel vacila entre describirlo como un lugar sumamente lujoso y agradable (en contradicción total con el clima precedente), pero que frente a la nueva realidad en la que se encuentra (realidad no prevista), se convierte en “(…) un lugar peligroso, casi amenazante.”. Otro indicio del unheimlich reptante que busca estallar en algún momento, un lugar que debiera resultar agradable y acogedor, ahora transformado en una trampa ¿mortal?
Entonces empieza para mí el escenario que da lugar al clímax de lo siniestro: Se despierta muy tarde al otro día, y frente a la agobiante idea de los trámites que debía realizar (para extender el crédito de su tarjeta y visa, y sobrevivir así a su estadía), se dispone a llamar por el teléfono de su cuarto. El teléfono, pese a tener tono, no funciona. Esto no parece atormentar al protagonista más por la posibilidad de que su crédito finalmente se había vaciado, por lo que decide bajar al hall del hotel y descubre que ese teléfono ¿casualmente? no suele funcionar, pero que puede acceder a las llamadas mediante un teléfono de libre acceso, colocado en unas de las columnas del hall.
Nuestro segundo personaje y creador de todo el nudo terrorífico aparece: una mujer, que el protagonista no puede describir con seguridad: “Lo primero que advertí fue que aquella mujer, sin duda, habría sido hermosa no mucho tiempo atrás, aunque estaba envejecida de forma prematura: la piel de su cara tenía algo casi transparente, quebradizo, con arrugas finas y crueles que parecían desgarrarle hacia abajo las facciones, como una máscara a punto de ser arrancada. Era extremadamente delgada, con un aspecto casi famélico, y las raíces del pelo, muy crecidas, revelaban impiadosamente, bajo los restos de tintura, el gris verdadero y extendido de las canas. Los ojos eran muy grandes, verdes, húmedos y acuciantes, como los de una niña desvalida, y toda su expresión tenía algo lastimero. Llevaba un vestido pulcro, de mangas largas, raído por demasiados lavados, que parecía una segunda piel a punto de desintegrarse. Aun así, no tenía de ningún modo el aspecto de una mendiga sino el de una mujer elegante” Una mujer de apariencia descuidada, pero que hace “no mucho” había sido hermosa. Una mujer envejecida “prematuramente”. Su estética completamente desatendida, pero que sin embargo, al protagonista le parecía una mujer elegante. Por alguna razón, al lector no se le da motivo para creer que la mujer realmente tenga el aspecto de una señora de alta alcurnia, pudiente, pero el narrador así lo cree. Y lo más desconcertante de todo, este personaje sólo puede decir una cosa perceptible para el protagonista: “Help me”, casi siempre en un tono de súplica. El narrador, desconcertado, le cede una moneda. Esto parece no ser lo que la mujer quería, e insiste: ¡Help me! comienza entonces el texto a llevarnos lentamente por una pendiente de desesperación ante la falta de entendimiento, que sólo va en aumento. Ante el gesto de  incomprensión del viajero, la mujer insiste, y logra llevarlo a un lugar apartado para, se supone, tratar de hacerlo comprender.
En ese momento yo creo que el efecto de identificación tambalea, y casi borra todo lo logrado anteriormente. El protagonista entre help me y help me, “cree comprender”, y realiza una acción que se aleja sobremanera de lo esperable a realizar por cualquiera: la besa. Sin embargo, pese a hacer tambalear la identificación, este beso nos llena de dudas; nos cuenta el narrador: “Fue como estrechar a un fantasma, un ser ingrávido, sin huesos, que parecía disolverse bajo mis brazos”, “(…) pero cuando hice avanzar mi lengua, quedó girando en el vacío […], porque sólo encontraba ese vacío desconcertante, como si aquella mujer no existiera del todo, o estuviera ahuecada por dentro.”. Repentinamente crece en nosotros la duda sobre la naturaleza de esta mujer, sobre su humanidad. Y sin embargo, esta vacilación, no llega ni por asomo a ser lo realmente unheimlich del cuento.
Brevemente: Luego de eso el protagonista es dirigido por la misteriosa mujer a su cuarto, y él si ofrecer más resistencia que la de la duda, ingresa. Ahí el ambiente desconcierta: hay un diario en el piso, que oficiaría de mantel, indicio quizá de que esta mujer vivía ahí, y tal vez una pista sobre la naturaleza de su pedido; un joven (entre dieciocho y veinte años), tirado a “medio vestir” sobre la cama. El joven tendría un leve retraso, para su perspectiva. Sin embargo, cuando la mujer se recuesta sobre la cama, invitando al protagonista a sumarse, y luego de ordenar algo al muchacho, este se coloca frente a la puerta. Y es acá donde el protagonista por fin impide a la mujer seguir arrastrándolo. Ante la inminente negativa la mujer se altera, levanta su tapado y deja al descubierto su entrepierna, y con ésta, su abominable condición: su vejez.
Porque es esto, sin lugar a dudas lo que aterra, lo que asquea. Aquello que no debe manifestarse: “Pero entre los dedos vi también, penoso, desanimante, el vello lacio y mustio del pubis, ya totalmente blanco.”.
El miedo que inevitablemente está destinado a hacerse realidad: el miedo a la vejez, y la posterior muerte. También representado en la felicidad y despreocupación joven, como miedo a perderla con los años, o la añoranza del actual narrador hacia esta. Y para el lector probablemente sea así también ya que el miedo a la muerte es casi un universal, y a mi  entender algo completamente humano. Constantemente estamos buscando soluciones para alargar nuestra estancia en la tierra, pese a conocer las desgracias que la misma tiene y mantiene, aunque esto no se condiga con actitudes suicidas o peligrosas, pero que pueden responder a patologías o trastornos psicológicos. El anhelo de juventud infinita se ve reflejada en las prácticas estéticas de las personas (cirugías, maquillaje, ropa discreta, tratamientos no invasivos, etc.), y en las prácticas artísticas (perfiles públicos en redes sociales con fotografías del pasado, obras que retraten la juventud, como fotografías a flores en pleno apogeo, o el famoso cuento de Oscar Wilde, etc.). Es un miedo en el que todos nos podemos reconocer.
El asco, la imposibilidad de escapar, la incomprensión de las razones de esa mujer, todo junto, condujeron al protagonista (y junto con él a los lectores), a la desesperación, y ante la imagen del joven clausurando la puerta (un muchacho alto y de aspecto brusco e intimidante, un “gigante torpe”), sólo pudo pensar en abrirse paso mediante un cabezazo directo a la nariz del muchacho. Logra de esta forma una vía de escape, pero queda detenido ante la visión del muchacho, tirado en el suelo, sosteniéndose la nariz, llorando e hipando, mientras borbotones de sangre salían. ¿Había dañado a alguien inocente? La mujer repentinamente cariñosa con el muchacho, mientras sostenía su cabeza, mira con odio al viajero, y aparenta sufrir una transformación: “Pareció de pronto que fuera a alzarse: toda su cara avanzó hacia mí, transfigurada en esa nueva luz llameante y maligna que despedían sus ojos.”, y pronuncia luego lo que al protagonista le parece una maldición.
Como cierre el narrador confiesa: “Nunca supe qué me deparaba esa maldición, pero quizá ya me alcanzó: allí donde voy, no importa en qué ciudad del país o del mundo, cada vez que una mano se extiende para pedirme limosna, vuelvo a ver esos ojos verdes, y escucho, como si ya nunca pudiera arrancarlo de mis oídos, el balido atroz: Help! Help me!”
Y ante el lector, abominado por el hecho final, quedan las siguientes dudas, que sólo refuerzan el sentimiento de enajenación: ¿Es casualidad que el teléfono de su cuarto no funcionara, sólo un efecto del azar que generó la necesidad de utilizar el teléfono del hall? ¿Cómo es posible que nadie haya notado, en el hall de un hotel, a esa mujer que para el protagonista “aparece de pronto”?, y si la notaron, ¿Cómo es posible que no la hayan echado, siendo esta conducta habitual y considerada universal, de los hoteles lujosos, donde prima la “comodidad” del cliente antes que las actitudes empáticas y humanas para aquellos vulnerables socialmente?  ¿Era acaso esta mujer real? ¿O un producto de la fantasía del protagonista? Y si era real, ¿Era acaso esta mujer una persona, un humano? ¿O Era esta mujer un espectro? ¿Cuál era la naturaleza de su desesperado pedido? ¿Cuál era la naturaleza y relación de esta mujer con su acompañante? ¿Realmente hubo una maldición, o simplemente es el trauma de alguien muy asustado por lo que vivió, aquello que el cree oír cada vez que alguien en la calle pide limosna, con el brazo extendido?
Todas incertidumbres que hacen vacilar al lector, que lo sitúan en el fino hilo de la duda, y en esa brecha que se abre ante la vacilación, lo ominosos encuentra su camino para expresarse y quedar asentado, y sin embargo hace falta lo unheimlich, lo abominable y terrorífico de la vejez, para aterrar al narrador, y con él, a su lector.

Un mundo verosímil:
Considero que el autor se propone, y logra, crear un mundo verosímil.
Para lograr esta verosimilitud, no sólo se vale de un lugar real, que todos podemos creer y certificar como tal, sino que además en sus descripciones genera en el lector cierta confianza, cierta veracidad. En la primera parte, antes de llegar al hotel, abundan los “detalles por que sí”, que sirven para crear y mantener firme al mundo; tales como la mención de “la luz hiriente de los reflectores”, los “hocicos húmedos” de los perros por los cuales tiene que pasar, los guantes de cuero del oficial que le informa de su falta de visa, la descripción del carromato, que, como mencioné anteriormente, contribuye también a la creación del clima siniestro, el doble cortinado de la habitación, etc.
Es en la llegada al hotel que el relato entra en una vorágine de de acciones y personajes donde los detalles no son porque sí, sino detalles que van a atravesar los hechos y personajes desde esa parte hasta el final, cargados de valor indicial, que es el valor que confiere una importancia sumamente relevante a estos datos para la trama, que la pone en acción. El detalle del diario como mantel en el piso, la descripción sumamente contradictoria de la mujer, que luego dejará en sospecha su naturaleza, etc.
Sin embargo, el hotel, solamente se presenta como: “más lujoso de lo que había imaginado”, y luego se lo contrapone con la sensación de amenaza que le da el no tener dinero. Mi sospecha es que esto ocurre, para que no haya mucho énfasis en los detalles innecesarios, que sólo permitirían un miedo fugaz, y se relaten con más precisión y fuerza los hechos, y que aquello unheimlich, asqueroso, quebrador, resulte intolerable.
La naturaleza de los personajes, también contribuye en esto.


Un narrador que nos identifica:
El narrador es completamente funcional al relato, pese a carecer de la categoría de verosimilitud que posee por naturaleza el narrador omnisciente. Dicha categoría consiste en presentar a un narrador en tercera, al que se le cree, porque es como un dios con verdad indiscutible sobre el mundo.
El narrador de este cuento es en primera, y pese a tambalearse la confianza en su relato por este hecho, nos permite también ponernos en “sus zapatos”, sentir con él, asustarnos con él, aunque no haya mención detallista a su situación emocional. Lo sentimos porque lo vemos, lo sentimos con su acción aterrada de auto defensa, y solamente se tambalea en el momento inexplicable del beso.
Esto de la no descripción de aquello que siente el personaje, lejos de alejarnos, nos acerca a su vivencia. Este recurso es el de “hacer, no contar”; hace pasar al personaje por esta situación terrorífica, y nos demuestra con sus acciones y pequeños detalles, cuán aterrado se siente. El efecto no sería tan real y vívido si fuese descripto con palabras, y hasta perdería fuerza y posibilidad de identificación.
En este “hacer, no contar”, el autor nos presenta tres personajes (el viajero, la mujer y el muchacho), que son los dueños de la acción real del relato, y que no son personajes tridimensionales. Carecen de una psicología profunda que podamos observar, no evolucionan a través del relato, y las razones de sus acciones son un misterio para el lector. El único que podría rozar lo dialógico es el personaje principal, pero la falta de psicología y profundidad del mismo lo deja en otra categoría, como a los otros tres: personajes leves.

jueves, 27 de agosto de 2015

El efecto polilla

Vivo arrastrando los pies, a la merced de las sombras de aquello que me impide ver al sol. De hacer y tener que hacer algo distinto. La calle saboreando mis huellas condimentadas con la dulce culpa; sabe que no disfruto de hacer eso que quiero hacer, me come, me come, me come. Me tira contra la cama y me presiona, ahoga. Se lleva mi aire y capacidad motriz. Adoro tus manos, porque sin ellas no podría ni la mitad de las cosas que me propongo; me hundiría hasta la desnutrición. Sé que te hablo de mi "no-acción" y vos me hablás de tu "algo-habemus-hecho. Lo hicimos todo". Tengo miedo, es de tu conocimiento el hecho. Terror a arrastrarte en este hundimiento, por mucho que intentes desesperadamente arrancarme de mi lecho de agonía depresiva. Tengo miedo de contagiarte esta enfermedad tan despiadada, y apagar tu luminosidad tal como pasó con la mía. No quiero morderte como lo hago, pero a veces los besos me salen demasiado fuertes, y te perforan la piel, atraviesan tus huesos y se hunden en tu (inserte órgano donde cree residen los sentimientos). No alcanza la Gramática Universal para describirte la sinapsis que te dedico; no alcanzaría, en caso de existir, un papel con la superficie del mundo conocido y por conocer, para plasmar en el, toda la grandeza que tenés a mis ojos. No alcanza el tiempo que creo no tener, para agradecerte darte(nos) otra oportunidad. Te cronopio.

lunes, 22 de junio de 2015

No todo lo que brilla es libertad

-¿Estás bien?- el Encargado Brian sin saber qué hacer, estático en una posición oscilante entre sentado y parado, mientras las muecas de Iris le aprisionan el tórax.
 Eternidades antes de que ella volviera a responder con normalidad.
 Un vaso de agua resultó ser la solución.
 Luego de sentarse, el Encargado Brian le pidió a su superior un pañuelo con el cual secó las gotas de sudor de su frente.
-Si no podés seguir con la entrevista podem
-Puedo- abruptamente.
 El rápido compás del grafito sobre celulosa y a qué se refería con la ropa.
-Me mostró- retomó con voz quebrada- a coser.
 Por alguna razón, quizá el silencio espectante que siguió a la afirmación, o el miedo mezcla orgullo mezcla majestuosidad que sonó en cada sílaba, al Encargado Brian le pareció que debía sorprenderse por lo dicho.
-¿Y?- Preguntó ante el silencio de la interrogada.
- Yo no lo sabía. O sí lo sabía. Él lo sabía. Pero no tanto. Las consecuencias.
 Y resulta que coser estaba prohibido. Era una de las más terribles prácticas en Oplaca, porque rehacer era no comprar. Y no comprar era no acumular parte de los desechos. Y eso significa desechos estáticos en las habitaciones de pago de los pudientes, residentes de las alturas de Oplaca.
 Pero por un tiempo fueron felices. Todo aquello que podía ser ropa, terminaba como tal.
 Iris conoció a la otra Iris; la esperanza, el arte, la imaginación. Repentinamente ya no era ropa, era una expresión sobre su cuerpo. Y los vecinos desearon esa expresión.
 Nadie sabía de dónde la obtenía, quién se la daba ni cómo se lograban, pero las prendas eran una más maravillosa que la otra. Y la habitación, por mano de Geremías, por mano Iris o por mano de los vecinos con rapidez vertiginosa alcanzaba su punto de vacuidad extrema.
 El quería irse, porque podían irse. A un lugar alto, sin olor, donde el sol dejase completamente su calor. Pero ella no. Ése, con sus recuerdos horribles de muertes y violaciones, había sido y era su hogar. Las cenizas de su madre y sus hermanos, en el patio. Su primer amor, en cada esquina colmada de recuerdos. Y ella deseaba que naciera allí.
 Con la mención del no-nato, las lágrimas taponaron su garganta, permitiendo solamente filtrarse sollozos mudos. El Encargado Brian decidió que eso era todo por ese día. No fuera a parir ella ahí, en un ambiente tan disímil a su antiguo hogar.

martes, 14 de abril de 2015

Oculta

 La calles de Fedor son oscuras, y su aire es húmedo. Se le queda pegado en las solapas del traje (quizá heredado de su abuelo), y también entre las pestañas.
 La calle principal, Iros -qué ironía-, dormía  como todas las otras calles de esa ciudad a las 1700. <Gente vaga>. Entre piedra y piedra, una planta era testigo de la antiguedad del legendario empedrado fedoriano.
 <Si estas plantas hablasen...> pensó, buscando en vano entre los bolsillos interiores de su traje (quizá heredado de su padre) un cigarrillo. Pero no lo hacían. Y menos le dirían a él, que seguro estaba de lo erróneas que serían sus acciones futuras, lo que quería saber.
 Un farolero luchaba entre improperios contra la muerte inminente del tercer farol de la cuadra - aunque tal vez el cuarto-. Le pidió un cigarrillo con una educación que no tenía, seguro de conseguir un producto de buena calidad. Los faroleros siempre tienen de los buenos.
-¿Voltiere?- mientras le extendía un Morte Certa. Eran únicos, no podía creer su suerte.
 Difícil pero no imposible fue asentir mientras encendía el cilindro azulado. Vaticinaba sin muchos ánimos lo que llegaría luego.
 -Buscás a la Gazzella- no hizo falta ninguna respuesta. Liberó el humo como si besase cada partícula que se escapaba de su boca, mientras retenía sus ansias de homicidio- No la vas a encontrar nunca, por mucho que fanfarronees de tu grandeza como detective-.
 Le agradeció el cigarrillo y luego preguntó por una cabaña abandonada en el frondoso Tern. Al alejarse esta vez no le dio bola a las plantas que fallecían bajo el peso de sus pies. Media cuadra y tiro 3/4 de cigarrillo con asco.
 El farolero, cuyo nombre no importa, no creía ninguna de sus palabras. Pero soñaba ser él quien encontrase a la Gazzella, entregarla y recibir la fortuna impensable que costaba su rescate. Soñaba también quizá tocar sus tetas antes de entregarla. No creía que al oficial le importase.
 El celeste se sonrosaba, y el cielo lentamente se tragaba al sol. Pocos eran los pasos que le restaban a Geremías Voltiere para cruzar  la sinuosa línea que serparaba la ciudad Iros del bosque Tern. Nulas las ansias que tenía de hacerlo. Aspiró llenando al tope sus pulmones de aire aguado y sus pasos lo introdujeron obstinadamente al destino.
 Era tan obvio que hasta se decepcionaba. Una mujer buscada incansablemente por cientos de hombres y mujeres avaros y ahora... Ya alguien lo había hecho cuento con una carta como protagonista, y ahora se hacía realidad en la cabaña menos abandonada pudiese existir.
 Las cosas a la vista eran las mejor ocultas.
 Rastrilló con sigilo todo el espacio lindante a la cabaña, porque para eso sí era bueno.
<Cada cinco una>.
Toc, toc. Movimientos se detienen. Siguen. Se detienen.
Toc, toc. Más movimientos. Se detienen.
Toc, toc. Los últimos movimientos antes de que se abriera la puerta.
 La altura no era la correcta. El color del pelo tampoco. Pero esos ojos.
Mentían con sólo dirigir la mirada. Eran los ojos de un sobreviviente. De un oculto.
-¿Deseaba mis servicios, señor?- La sonrisa seductora, el escote estratégicamente bajo y las caderas quebradas.
 Las palabras no afloraron de su boca. Sabía que estaba sobreviviendo con cada acción. Pocos segundos y logró fascinarlo.
 Esa momentánea estupidez fue señal para ella. Milisegundos entre la muerte de su falsa sonrisa y la fuerza empleada para apartarlo. Era tan veloz que Geremías temió que no eligiese la ruta esperada y su plan se hechase a perder. Pero no fue así.
 Eligió el sendero seguramente creado por la oculta en caso de una necesaria huída.
 De la primer caíada se incorporó en segundos, pero no estaba preparada para la segunda y menos para una tercera.
<¿Qué pensás ahora farolerito?>, se jacto con prepotencia y en silencio mientras en la mayor velocidad posible-una mezcla entre paso rápido y tambaleo- se acercaba a ella.
 La peluca negra voló en un interesante intento de cegar a su perseguidor, pero la poca velocidad de Geremías le permitió esquivarla con gracia. Su pelo de oro se perdió dolorosamente en partes entre las ramas de los árboles, pero ella no disminuyó la marcha. Realemente el apodo le quedaba bien, era exquisita la gracia con la cual esquivaba piedras y ramas, pero no tenía ni idea de las cuerdas, y el casi se lamentó por esto, ya que no había cosa más hermosa para un cazador que ver a la Gacela correr por el bosque huyendo hacia la vida.
 En la cuarta caída se le tiró encima. Entre resistencias se dio cuenta que obviamente lo superaba en estado, así que no dudó en sacar a Martina. Ante la exhibición del arma se detuvo toda tentativa de rebeldía. Geremías se incorporó con lentitud apuntando con seguridades que nunca tuvo. Ella no se atrevió a levantarse. Se abrió una brecha en el tiempo, lleno de respiraciones. Debía ser fuerte y sostener su mirada punzante.
-¿Cómo me encontraste?- Rompió descaradamente por fin.
- Te lo voy a contar mientras te llevo-. Un paso avanzó, un paso la muchacha retrocedió.
 El asomo de una mueca por sus labios.
 Nunca dejes que nada se te escape en el rostro, o vas a estar perdida.
 Le había dado ventaja y ella no dudó en usarla. Rió, una risa silenciosa pero atronadora.
- No me vas a disparar. No podés. Relajó su postura sobremanera, pero no su mirada. Mujer poderosa. Eran casi visibles los engranajes en movimiento tras su mirada.
-No voy a acompañarte a ningun lugar. Pero sí te voy a acompañar a vos. Sos el primero en encontrarme. Y sé quien sos. Se armó una revolución cuando llegaste. Llevame.
 La miró sin comprender, y quizá de una forma muy idiota.
 No, realmente no se esperaba eso. Una muchacha decidida, lejos, muy lejos, del polluelo huérfano que el pueblo recordaba, era quien le devolvía la mirada. Con las enaguas desacomodadas, el rostro oculto bajo las manchas de barro y sudor, la melena en frenesí, era la viva imagen de la majestuosidad.
 Dos esmeraldas filosas desafiándolo. Ante su titubeo, una hilera de blancos y filosos dientes, segura sonrisa, triunfante, fuerte.
 Él la podía ocultar mejor, él la podía sacar. E Iris podría entonces calmar su sed de sangre.
-¿ A dónde?
 Se estiraron temiblemente las comisuras de la mujer. Los gorriones trinaron por última vez.

lunes, 30 de marzo de 2015

Si te fumás otro pucho

 No es tu culpa si yo me consumo. Si me prostituyo con el afán de sentir dolor.
 Dolor, y por lo menos siento algo. Porque si no sentía dolor miestras yacía en los brazos de un desconocido y pensaba en vos (qué cosa tan terrible), no iba a parar de pensar en el dolor que imaginarte pensando en otra me provocaba.
 Dolor por dolor, clavo por clavo. Y acá vengo yo y no escondo lo suficiente las huellas de mi suicidio. Y ahí estás vos, que sin querer hacés mal algunas veces, y sin querer enamorás. Nunca sos consciente de tus actos y qué lástima que no hayas podido ver detrás de lo que hice,
que no hayas podido ver detrás mío del todo. Viste más que muchos, pero no lo suficiente. Si hubieses visto lo suficiente en vez del "forra, hija de puta, forra, por qué me diecís" me hubieses abrazado. Me hubieses dicho: "no tenés que hacerlo más, yo te voy a lamer las heridas".
 Suena ilógico, pero ¿Cuándo la lógica ayudó al amor a comprender a la gente?

Porque

 Uh, nos vimos. Es incómodo para ambos, pero ¿Por qué?
 Porque vos antes estabas en el patio, y yo también. Eras el amigo de la vegana que insistía en que los de su clase debían morir en una especie de venati

- Pero no sería entretenido, porque no mataríamos al león, ni siquiera lucharíamos contra él.
- Entonces tendríamos que colocar a toda su familia dentro del Coliseo y que la caza sea con ellos

 Yo soy la pintada linda que, como los gatos, puede dormir en cualquier rincón. Por alguna razón nos notamos, nos estudiamos, y nos archivamos. Nos espejamos en miradas, y por eso sentimos la imperiosa necesidad de hacerle saber al otro de ese conocimiento.
 Luchamos contra eso, inmersos en la plena consciencia de que es inmoral e incorrecto. Ambos lo sabemos y luchamos, luchamos, porque sabemos que el otro sabe y que el otro quiere y necesita como yo, pero el primero que se deje es débil. El primero en actuar es un freak y el inteceptado lo rechazará, aunque lo sepa.
 Entonces subimos y yo creo con ilusiones de niña que todo se termina. Ahí hay algo que no sabía, pero que vos sí (primera deconexión).
 Porque me escurro con dificultad entre la masa conglomerada de cuerpos acalorados, intentando un lugar. Lo encuentro a duras penas, y me apropio de ese espacio, dando por zanjada la cuestión. Pero venís.
 Vos, tu coliseo, y esa completa sed de aniquilación de la paz ajena. No es el hecho de aproximarte sin más; te aproximás sabiendo, probando. Y así me rozás, tu codo contra el mío diciendo "Dale, a ver quién aguanta más". Ya sé que vos sabés, y ahora sabés que yo sé. "Dale, a ver quién se la banca hasta el final". Por supuesto esa no soy yo. Diviso un hueco en el piso y lo ocupo con el fin de una siesta. Así tal cual como los gatos.

jueves, 26 de marzo de 2015

Y además sin café no hay sonrisas

¿Lo que importa es el arte o el artista?

Todos morimos con cada cuadro que parimos, con cada escrito que extirpamos, con cada canción que vomitamos. Todos morimos y volvemos a nacer, porque el arte nos hace a nosotros, y nosostros hacemos al arte. Uroboros se muerde la cola, y nace en su cabeza una flor.

Todos morimos un poquito, para dar una vida nueva. O tal vez, hacer renacer unos cuántos cadáveres que duermen en nuestro armario. Todos morimos para que el arte nos dé vida nueva, una vida a la que nadie más que nosotros pueda llegar del todo, por mucho que se ilusionen. El arte está ahí, flotando. Sólo tenés que estirar la mano en un lento suicidio y tomarla, amasarla, hacerle el amor y dejarla con orgásmico placer en la superficie de un lienzo

Sin arte no hay artista y sin artista no hay arte. Lo que importa en realidad son los cadáveres.

sábado, 7 de marzo de 2015

Nunca quisiese lastimartenos

Entonces, tomo firmemente la soga con ambas manos y comienzo a danzar al ritmo de su penduleo, disfrutando abiertamente del compás. Me desnudo capa a capa de la piel, porque escalar esta soga me deja vulnerablemente libre, y canto a las cigarras que querés vos compañero, pa cuando vengas conmigo. Pero veo el fuego.
Nace en la punta de la punta de los dedos de mis pies, y repta levemente. El miedo me carcome los huesos de adentro para afuera, y de afuera para la nada. Sin querer realmente quererlo, suelto la soga.
Se inicia el tira y afloje y me desoriento considerablemente. De pronto, y sin ser consciente, estoy escalando en el sentido contrario, descendiendo. Yo misma en este afán de protegerme del fuego, voy dejando la huella humeante de mis pies, quemando cachos de soga.
 Si no quiero destruir esta soga que tantas alegrías me dio, debo hacer la gran Tarzán y balancearme hacia otra de definitivamente peor calidad.
Y todos felices comiendo perdices. Ojalá esta próxima soga por venir, me termine por ahorcar.