¡Help me!, y lo ominoso
Trabajo práctico para el seminario de escritura creativa: teoría y
práctica de la producción de ficciones, 2° cuatrimestre 2016
Consignas seleccionadas:
¿Considera que el
cuento apunta a construir algo ominoso? ¿Por qué y cómo? Releve en el cuento
los recursos de escritura con los que justificaría la respuesta.
¿Qué elementos y
recursos utiliza martinez para crear un mundo consistente? Observen
descripciones, detalles, objetos, construccion de espacios. ¿En qué sentido
aportan a la tensión dramática y al efecto que produce el cuento?
Estamos en un
cuento en primera persona: se narra desde la interioridad del personaje. ¿Cómo
esta construido ese narrador/personaje? ¿Puede relacionarse esta construccion
con el principio de “mostrar, no decir”?
¡Help me! es un cuento
del autor Guillermo Martínez, donde se narra por parte del viajero un hecho
desconcertante, que luego declararé como siniestro, en la ciudad de Bratislava,
en un hotel cercano a la plaza principal de la misma. Ubicado temporalmente
este relato en “(…) los primeros años de la Unión Europea.”, el narrador
relata, luego de una serie de infortunios que lo dejaron con muy poco dinero, y
al borde de la incomunicación, su encuentro con un personaje muy particular. Este encuentro sería el
detonante para la irrupción de lo ominoso en lo que simplemente podría tratarse
de una anécdota curiosa; sin embargo hay pequeños atisbos de clima que
llamarían la atención por su roce con los códigos recurrentes de ambientación
del relato canónico terrorífico, tales como la oscuridad, el silencio, los
climas adversos, las construcciones descuidadas y con muchos años, etc. Sin
embargo no es hasta llegar al hotel que reservó donde lo realmente ominoso se
revela como tal, contradiciéndose el hotel con todo lo mencionado
anteriormente: es un hotel lujoso y probablemente muy acogedor; dejando tal vez
a la primer parte introductoria como una especie de “augurio” de aquello que
vendría luego, además de ser la parte donde se despoja al protagonista de su
dinero y seguridad, cosa que contribuirá a lo terrorífico del relato
posteriormente.
En primer punto, debo
aclarar de qué forma empleo en este trabajo el término “ominoso”, y como lo
relaciono con la palabra, sin traducción en el español, “Unheimlich”. Para ello me
remito a la etimología de “Ominoso”, y al texto de Freud “Lo siniestro”, donde el autor hace una reflexión sobre la palabra unheimlich, su etimología y su supuesto
antónimo heimlich. En el seminario
planteamos el origen de la palabra “ominoso” a las palabras latinas omen/ominis,
cuyo significado adquiere el de augurio, presagio, especialmente en el sentido de
ser estos desfavorables. Otra palabra de origen latino con la misma raíz sería
abominable, siendo lo abominable aquello de lo que tenemos que estar alejados,
apartarlo de nosotros. Ominoso sería el término más cercano para aquello que
carga “Unheimlich”. Volviendo al
artículo de Freud podemos sacar las siguientes conclusiones de la palabra: Un-
sería el prefijo de negación, que revierte el significado de heimlich, siendo el mismo: hogareño,
familiar, reconfortante. Se puede razonar entonces que unheimlich es entonces todo aquello que nos resulta extraño, ajeno,
oscuro a nuestra percepción; pero sin embargo Freud le da otra vuelta: Podría
ser unheimlich todo aquello interno, propio y por lo tanto conocido, pero que
sin embargo es reprimido, oculto por nuestra consciencia, y que al manifestarse
aterra. Pero, ¿Por qué?, Por la razón de que aquello oculto, interno, debe
permanecer siempre así: oculto, desterrado, porque aquello siniestro, ominoso
(que representa un mal presagio, mala fortuna), es abominable, aterrador, y no debemos reconocerlo como nuestro,
aunque frente a nosotros esté la prueba de que efectivamente sí lo es.
Por último también
aclarar el empleo de “siniestro”: En este texto lo uso con su relación a la
izquierda (dirección relativa), y la
analogía de los pájaros volando hacia la izquierda en roma –señal de mal
agüero-.
¡Help me! y su
construcción ominosa:
Considero la obra de Martínez
como un cuento ominoso, definitivamente abominable para mi subjetividad. Sin
embargo voy a presentar los argumentos que considero justifican mi pensamiento,
lo más concretamente posible.
Primero se nos presenta,
al lector argentino, y yo supongo, lector textual de la obra, un lugar lejano,
posiblemente desconocido para muchos. Una tierra ajena, para nada hogareña,
acrecentado este hecho por ser el protagonista un turista, y no un habitante
natural o estable de ese país. Sin embargo, el mundo sobre el que se construye
el cuento es reflejo del real, todas las ciudades mencionadas existen, y las
pocas relaciones que da entre ellas son reales. Y aunque el lector textual no
conozca la ubicación de estas ciudades (Bratislava, Viena, Budapest), muy
probablemente oyó hablar de las mismas, en una clase de historia, en una serie
televisiva, o lo leyó en una revista; por ende muy probablemente el lector
hacia el que está dirigido el texto (el conjunto de premisas y concepciones que
hace el autor textual sobre el lector textual, que es quien se supone leerá la
obra), reconozca estas coordenadas espaciales. Y así como las reconoce, sabe
que pertenecen a nuestro mundo, por ende puede aplicar a este mundo-el del
cuento- las leyes propias del mundo “real”, las reglas universales para los
humanos, la cultura dominante del mundo, las leyes físicas, etc. Hay una muy
fuerte probabilidad de identificación para el lector.
También el lector se puede
llegar a sentir identificado por ser él mismo un extranjero en ese cuento, y
doblemente identificado como argentino, extranjero en esa ciudad, sin dinero, y
entre hablantes de un idioma no muy propagado en las culturas terrestres. Es
casi imposible que exista lector alguno que no se haya sentido en su vida
ajeno, perdido, y con dificultades para expresar sus necesidades, y que no
reconozca (al menos inconscientemente), esa sensación en el protagonista y la
proyecte como propia (aunque no seamos conscientes, valga la redundancia, de
esto). Todo esto es importante para la construcción del clima ominoso:
cualquier detalle que se nos pueda presentar aterrador, lo es doblemente, al
ser este mundo ficticio, un espejo de lo que puede ser el mundo real, y al ser
este protagonista una posible realización de lo que seríamos nosotros en ese
mundo.
En la introducción del
cuento, que va desde que se presenta el espacio geográfico-temporal hasta su
llegada al hotel, las representaciones canónicas, típicas de lo siniestro se
ven bien explícitas; el protagonista viaja desde Viena hasta Bratislava –
siendo este un viaje inesperado, nacido de la pura espontaneidad – en “(…) un
carromato crujiente, con los fuelles vencidos, y unas ventanillas que no
cerraban del todo y dejaban colar por las rendijas un viento helado.”. Viaja de
noche, una noche de clima nada amistoso, en un transporte descuidado,
probablemente con varios años de uso. Viaja solo, y aunque hay otros viajeros
en el mismo transporte, muy probablemente no pueda comunicarse con ellos. Sin
embargo pese a estar estos elementos presentes –soledad, noche/oscuridad, frío,
transporte poco confiable- no se presenta la situación como terrorífica, y
hasta el protagonista termina durmiendo en el viaje, debido al balanceo del
carromato. Ni siquiera cuando es despertado bruscamente por dañinos reflectores
y atosigado por unas voces autoritarias, cuyo mensaje no puede comprender, es
presentado esto como aterrador. El protagonista es despojado de la mayor parte
de su dinero efectivo – por una multa al no llevar la correspondiente Visa
encima –, salvo por unas monedas eslovacas que las autoridades que lo detuvieron
le conceden, y solamente hace una mención leve, preocupante, pero en absoluto
angustiante. Sin embargo, la falta de dinero, para alguien que está en un lugar
desconocido, cuyo idioma oficial no puede entender ni hablar, esto es más que
preocupante; no tiene la seguridad que este elemento le confiere. La “simpatía”
y ganas de ayudar que despierta en las personas el dinero, probablemente le
sean inalcanzables. Posee su tarjeta de crédito y su dinero virtual en esta,
si, pero sin embargo, tiene la cruel sospecha de que el mismo no le alcance siquiera
para pasar la noche de su llegada en la habitación reservada: “No estaba
seguro de cuánto crédito me quedaba […],
no sabía siquiera si la tarjeta resistiría el pago de esa noche.”
El dinero cubrió la noche, efectivamente, y el viajero pudo dormir apacible
y profundamente, no sin antes dejarnos un pequeño e indiscreto mensaje: “Era
joven y tenía la superstición feliz del viajero, que supone que nada
verdaderamente malo puede pasarle si sólo está de paso.”. Nos revela acá los
siguientes datos: El narrador actual, quien cuenta la historia, ya no es una
persona joven. Esta declaración arroja una luz de anécdota al relato, y le da
mayor verosimilitud. “(…) tenía la superstición feliz (…)”; ya no sólo no tiene
esa misma idea que antes, sino que además nos deja un sabor de burla, de
menosprecio ante esa ilusión de seguridad que le daba la juventud y el “estar
de paso”. Entiendo esto como un adelanto, un presagio, y un claro signo de lo
ominoso queriendo penetrar lentamente en este cuento.
La primera impresión del hotel vacila entre describirlo como un lugar
sumamente lujoso y agradable (en contradicción total con el clima precedente),
pero que frente a la nueva realidad en la que se encuentra (realidad no
prevista), se convierte en “(…) un lugar peligroso, casi amenazante.”. Otro
indicio del unheimlich reptante que
busca estallar en algún momento, un lugar que debiera resultar agradable y
acogedor, ahora transformado en una trampa ¿mortal?
Entonces empieza para mí el escenario que da lugar al clímax de lo siniestro:
Se despierta muy tarde al otro día, y frente a la agobiante idea de los
trámites que debía realizar (para extender el crédito de su tarjeta y visa, y
sobrevivir así a su estadía), se dispone a llamar por el teléfono de su cuarto.
El teléfono, pese a tener tono, no funciona. Esto no parece atormentar al
protagonista más por la posibilidad de que su crédito finalmente se había
vaciado, por lo que decide bajar al hall del hotel y descubre que ese teléfono
¿casualmente? no suele funcionar, pero que puede
acceder a las llamadas mediante un teléfono de libre acceso, colocado en unas
de las columnas del hall.
Nuestro segundo personaje y creador de todo el nudo terrorífico aparece:
una mujer, que el protagonista no puede describir con seguridad: “Lo primero
que advertí fue que aquella mujer, sin duda, habría sido hermosa no mucho
tiempo atrás, aunque estaba envejecida de forma prematura: la piel de su cara
tenía algo casi transparente, quebradizo, con arrugas finas y crueles que
parecían desgarrarle hacia abajo las facciones, como una máscara a punto de ser
arrancada. Era extremadamente delgada, con un aspecto casi famélico, y las
raíces del pelo, muy crecidas, revelaban impiadosamente, bajo los restos de
tintura, el gris verdadero y extendido de las canas. Los ojos eran muy grandes,
verdes, húmedos y acuciantes, como los de una niña desvalida, y toda su
expresión tenía algo lastimero. Llevaba un vestido pulcro, de mangas largas,
raído por demasiados lavados, que parecía una segunda piel a punto de desintegrarse.
Aun así, no tenía de ningún modo el aspecto de una mendiga sino el de una mujer
elegante” Una mujer de apariencia descuidada, pero que hace “no mucho” había
sido hermosa. Una mujer envejecida “prematuramente”. Su estética completamente
desatendida, pero que sin embargo, al protagonista le parecía una mujer
elegante. Por alguna razón, al lector no se le da motivo para creer que la
mujer realmente tenga el aspecto de una señora de alta alcurnia, pudiente, pero
el narrador así lo cree. Y lo más desconcertante de todo, este personaje sólo
puede decir una cosa perceptible para el protagonista: “Help me”, casi siempre en un tono de súplica. El narrador,
desconcertado, le cede una moneda. Esto parece no ser lo que la mujer quería, e
insiste: ¡Help me! comienza entonces el
texto a llevarnos lentamente por una pendiente de desesperación ante la falta
de entendimiento, que sólo va en aumento. Ante el gesto de incomprensión del viajero, la mujer insiste,
y logra llevarlo a un lugar apartado para, se supone, tratar de hacerlo
comprender.
En ese momento yo creo que el efecto de identificación tambalea, y casi
borra todo lo logrado anteriormente. El protagonista entre help me y help me, “cree
comprender”, y realiza una acción que se aleja sobremanera de lo esperable a realizar
por cualquiera: la besa. Sin embargo, pese a hacer tambalear la identificación,
este beso nos llena de dudas; nos cuenta el narrador: “Fue como estrechar a un
fantasma, un ser ingrávido, sin huesos, que parecía disolverse bajo mis
brazos”, “(…) pero cuando hice avanzar mi lengua, quedó girando en el vacío
[…], porque sólo encontraba ese vacío desconcertante, como si aquella mujer no
existiera del todo, o estuviera ahuecada por dentro.”. Repentinamente crece en
nosotros la duda sobre la naturaleza de esta mujer, sobre su humanidad. Y sin
embargo, esta vacilación, no llega ni por asomo a ser lo realmente unheimlich del cuento.
Brevemente: Luego de eso el protagonista es dirigido por la misteriosa
mujer a su cuarto, y él si ofrecer más resistencia que la de la duda, ingresa.
Ahí el ambiente desconcierta: hay un diario en el piso, que oficiaría de mantel,
indicio quizá de que esta mujer vivía ahí, y tal vez una pista sobre la
naturaleza de su pedido; un joven (entre dieciocho y veinte años), tirado a
“medio vestir” sobre la cama. El joven tendría un leve retraso, para su
perspectiva. Sin embargo, cuando la mujer se recuesta sobre la cama, invitando
al protagonista a sumarse, y luego de ordenar algo al muchacho, este se coloca
frente a la puerta. Y es acá donde el protagonista por fin impide a la mujer
seguir arrastrándolo. Ante la inminente negativa la mujer se altera, levanta su
tapado y deja al descubierto su entrepierna, y con ésta, su abominable
condición: su vejez.
Porque es esto, sin lugar a dudas lo que aterra, lo que asquea. Aquello
que no debe manifestarse: “Pero entre los dedos vi también, penoso,
desanimante, el vello lacio y mustio del pubis, ya totalmente blanco.”.
El miedo que inevitablemente está destinado a hacerse realidad: el miedo
a la vejez, y la posterior muerte. También representado en la felicidad y
despreocupación joven, como miedo a perderla con los años, o la añoranza del
actual narrador hacia esta. Y para el lector probablemente sea así también ya
que el miedo a la muerte es casi un universal, y a mi entender algo completamente humano.
Constantemente estamos buscando soluciones para alargar nuestra estancia en la
tierra, pese a conocer las desgracias que la misma tiene y mantiene, aunque
esto no se condiga con actitudes suicidas o peligrosas, pero que pueden
responder a patologías o trastornos psicológicos. El anhelo de juventud
infinita se ve reflejada en las prácticas estéticas de las personas (cirugías,
maquillaje, ropa discreta, tratamientos no invasivos, etc.), y en las prácticas
artísticas (perfiles públicos en redes sociales con fotografías del pasado,
obras que retraten la juventud, como fotografías a flores en pleno apogeo, o el
famoso cuento de Oscar Wilde, etc.). Es un miedo en el que todos nos podemos
reconocer.
El asco, la imposibilidad de escapar, la incomprensión de las razones de
esa mujer, todo junto, condujeron al protagonista (y junto con él a los
lectores), a la desesperación, y ante la imagen del joven clausurando la puerta
(un muchacho alto y de aspecto brusco e intimidante, un “gigante torpe”), sólo
pudo pensar en abrirse paso mediante un cabezazo directo a la nariz del
muchacho. Logra de esta forma una vía de escape, pero queda detenido ante la
visión del muchacho, tirado en el suelo, sosteniéndose la nariz, llorando e
hipando, mientras borbotones de sangre salían. ¿Había dañado a alguien
inocente? La mujer repentinamente cariñosa con el muchacho, mientras sostenía
su cabeza, mira con odio al viajero, y aparenta sufrir una transformación:
“Pareció de pronto que fuera a alzarse: toda su cara avanzó hacia mí,
transfigurada en esa nueva luz llameante y maligna que despedían sus ojos.”, y
pronuncia luego lo que al protagonista le parece una maldición.
Como cierre el narrador confiesa: “Nunca supe qué me deparaba esa maldición,
pero quizá ya me alcanzó: allí donde voy, no importa en qué ciudad del país o
del mundo, cada vez que una mano se extiende para pedirme limosna, vuelvo a ver
esos ojos verdes, y escucho, como si ya nunca pudiera arrancarlo de mis oídos,
el balido atroz: Help! Help me!”
Y ante el lector, abominado por el hecho final, quedan las siguientes
dudas, que sólo refuerzan el sentimiento de enajenación: ¿Es casualidad que el
teléfono de su cuarto no funcionara, sólo un efecto del azar que generó la
necesidad de utilizar el teléfono del hall? ¿Cómo es posible que nadie haya
notado, en el hall de un hotel, a esa mujer que para el protagonista “aparece
de pronto”?, y si la notaron, ¿Cómo es posible que no la hayan echado, siendo
esta conducta habitual y considerada universal, de los hoteles lujosos, donde
prima la “comodidad” del cliente antes que las actitudes empáticas y humanas
para aquellos vulnerables socialmente? ¿Era
acaso esta mujer real? ¿O un producto de la fantasía del protagonista? Y si era
real, ¿Era acaso esta mujer una persona, un humano? ¿O Era esta mujer un
espectro? ¿Cuál era la naturaleza de su desesperado pedido? ¿Cuál era la
naturaleza y relación de esta mujer con su acompañante? ¿Realmente hubo una
maldición, o simplemente es el trauma de alguien muy asustado por lo que vivió,
aquello que el cree oír cada vez que alguien en la calle pide limosna, con el
brazo extendido?
Todas incertidumbres que hacen vacilar al lector, que lo sitúan en el
fino hilo de la duda, y en esa brecha que se abre ante la vacilación, lo
ominosos encuentra su camino para expresarse y quedar asentado, y sin embargo
hace falta lo unheimlich, lo
abominable y terrorífico de la vejez, para aterrar al narrador, y con él, a su
lector.
Un mundo verosímil:
Considero que el autor se propone, y logra, crear un mundo verosímil.
Para lograr esta verosimilitud, no sólo se vale de un lugar real, que
todos podemos creer y certificar como tal, sino que además en sus descripciones
genera en el lector cierta confianza, cierta veracidad. En la primera parte,
antes de llegar al hotel, abundan los “detalles por que sí”, que sirven para
crear y mantener firme al mundo; tales como la mención de “la luz hiriente de
los reflectores”, los “hocicos húmedos” de los perros por los cuales tiene que
pasar, los guantes de cuero del oficial que le informa de su falta de visa, la
descripción del carromato, que, como mencioné anteriormente, contribuye también
a la creación del clima siniestro, el doble cortinado de la habitación, etc.
Es en la llegada al hotel que el relato entra en una vorágine de de
acciones y personajes donde los detalles no son porque sí, sino detalles que
van a atravesar los hechos y personajes desde esa parte hasta el final,
cargados de valor indicial, que es el valor que confiere una importancia
sumamente relevante a estos datos para la trama, que la pone en acción. El
detalle del diario como mantel en el piso, la descripción sumamente
contradictoria de la mujer, que luego dejará en sospecha su naturaleza, etc.
Sin embargo, el hotel, solamente se presenta como: “más lujoso de lo que
había imaginado”, y luego se lo contrapone con la sensación de amenaza que le
da el no tener dinero. Mi sospecha es que esto ocurre, para que no haya mucho
énfasis en los detalles innecesarios, que sólo permitirían un miedo fugaz, y se
relaten con más precisión y fuerza los hechos, y que aquello unheimlich, asqueroso, quebrador,
resulte intolerable.
La naturaleza de los personajes, también contribuye en esto.
Un narrador que nos identifica:
El narrador es completamente funcional al relato, pese a carecer de la
categoría de verosimilitud que posee por naturaleza el narrador omnisciente.
Dicha categoría consiste en presentar a un narrador en tercera, al que se le
cree, porque es como un dios con verdad indiscutible sobre el mundo.
El narrador de este cuento es en primera, y pese a tambalearse la
confianza en su relato por este hecho, nos permite también ponernos en “sus
zapatos”, sentir con él, asustarnos con él, aunque no haya mención detallista a
su situación emocional. Lo sentimos porque lo vemos, lo sentimos con su acción
aterrada de auto defensa, y solamente se tambalea en el momento inexplicable
del beso.
Esto de la no descripción de aquello que siente el personaje, lejos de
alejarnos, nos acerca a su vivencia. Este recurso es el de “hacer, no contar”;
hace pasar al personaje por esta situación terrorífica, y nos demuestra con sus
acciones y pequeños detalles, cuán aterrado se siente. El efecto no sería tan
real y vívido si fuese descripto con palabras, y hasta perdería fuerza y
posibilidad de identificación.
En este “hacer, no contar”, el autor nos presenta tres
personajes (el viajero, la mujer y el muchacho), que son los dueños de la
acción real del relato, y que no son personajes tridimensionales. Carecen de
una psicología profunda que podamos observar, no evolucionan a través del
relato, y las razones de sus acciones son un misterio para el lector. El único
que podría rozar lo dialógico es el personaje principal, pero la falta de
psicología y profundidad del mismo lo deja en otra categoría, como a los otros
tres: personajes leves.