lunes, 22 de junio de 2015

No todo lo que brilla es libertad

-¿Estás bien?- el Encargado Brian sin saber qué hacer, estático en una posición oscilante entre sentado y parado, mientras las muecas de Iris le aprisionan el tórax.
 Eternidades antes de que ella volviera a responder con normalidad.
 Un vaso de agua resultó ser la solución.
 Luego de sentarse, el Encargado Brian le pidió a su superior un pañuelo con el cual secó las gotas de sudor de su frente.
-Si no podés seguir con la entrevista podem
-Puedo- abruptamente.
 El rápido compás del grafito sobre celulosa y a qué se refería con la ropa.
-Me mostró- retomó con voz quebrada- a coser.
 Por alguna razón, quizá el silencio espectante que siguió a la afirmación, o el miedo mezcla orgullo mezcla majestuosidad que sonó en cada sílaba, al Encargado Brian le pareció que debía sorprenderse por lo dicho.
-¿Y?- Preguntó ante el silencio de la interrogada.
- Yo no lo sabía. O sí lo sabía. Él lo sabía. Pero no tanto. Las consecuencias.
 Y resulta que coser estaba prohibido. Era una de las más terribles prácticas en Oplaca, porque rehacer era no comprar. Y no comprar era no acumular parte de los desechos. Y eso significa desechos estáticos en las habitaciones de pago de los pudientes, residentes de las alturas de Oplaca.
 Pero por un tiempo fueron felices. Todo aquello que podía ser ropa, terminaba como tal.
 Iris conoció a la otra Iris; la esperanza, el arte, la imaginación. Repentinamente ya no era ropa, era una expresión sobre su cuerpo. Y los vecinos desearon esa expresión.
 Nadie sabía de dónde la obtenía, quién se la daba ni cómo se lograban, pero las prendas eran una más maravillosa que la otra. Y la habitación, por mano de Geremías, por mano Iris o por mano de los vecinos con rapidez vertiginosa alcanzaba su punto de vacuidad extrema.
 El quería irse, porque podían irse. A un lugar alto, sin olor, donde el sol dejase completamente su calor. Pero ella no. Ése, con sus recuerdos horribles de muertes y violaciones, había sido y era su hogar. Las cenizas de su madre y sus hermanos, en el patio. Su primer amor, en cada esquina colmada de recuerdos. Y ella deseaba que naciera allí.
 Con la mención del no-nato, las lágrimas taponaron su garganta, permitiendo solamente filtrarse sollozos mudos. El Encargado Brian decidió que eso era todo por ese día. No fuera a parir ella ahí, en un ambiente tan disímil a su antiguo hogar.

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