La calles de Fedor son oscuras, y su aire es húmedo. Se le queda pegado en las solapas del traje (quizá heredado de su abuelo), y también entre las pestañas.
La calle principal, Iros -qué ironía-, dormía como todas las otras calles de esa ciudad a las 1700. <Gente vaga>. Entre piedra y piedra, una planta era testigo de la antiguedad del legendario empedrado fedoriano.
<Si estas plantas hablasen...> pensó, buscando en vano entre los bolsillos interiores de su traje (quizá heredado de su padre) un cigarrillo. Pero no lo hacían. Y menos le dirían a él, que seguro estaba de lo erróneas que serían sus acciones futuras, lo que quería saber.
Un farolero luchaba entre improperios contra la muerte inminente del tercer farol de la cuadra - aunque tal vez el cuarto-. Le pidió un cigarrillo con una educación que no tenía, seguro de conseguir un producto de buena calidad. Los faroleros siempre tienen de los buenos.
-¿Voltiere?- mientras le extendía un Morte Certa. Eran únicos, no podía creer su suerte.
Difícil pero no imposible fue asentir mientras encendía el cilindro azulado. Vaticinaba sin muchos ánimos lo que llegaría luego.
-Buscás a la Gazzella- no hizo falta ninguna respuesta. Liberó el humo como si besase cada partícula que se escapaba de su boca, mientras retenía sus ansias de homicidio- No la vas a encontrar nunca, por mucho que fanfarronees de tu grandeza como detective-.
Le agradeció el cigarrillo y luego preguntó por una cabaña abandonada en el frondoso Tern. Al alejarse esta vez no le dio bola a las plantas que fallecían bajo el peso de sus pies. Media cuadra y tiro 3/4 de cigarrillo con asco.
El farolero, cuyo nombre no importa, no creía ninguna de sus palabras. Pero soñaba ser él quien encontrase a la Gazzella, entregarla y recibir la fortuna impensable que costaba su rescate. Soñaba también quizá tocar sus tetas antes de entregarla. No creía que al oficial le importase.
El celeste se sonrosaba, y el cielo lentamente se tragaba al sol. Pocos eran los pasos que le restaban a Geremías Voltiere para cruzar la sinuosa línea que serparaba la ciudad Iros del bosque Tern. Nulas las ansias que tenía de hacerlo. Aspiró llenando al tope sus pulmones de aire aguado y sus pasos lo introdujeron obstinadamente al destino.
Era tan obvio que hasta se decepcionaba. Una mujer buscada incansablemente por cientos de hombres y mujeres avaros y ahora... Ya alguien lo había hecho cuento con una carta como protagonista, y ahora se hacía realidad en la cabaña menos abandonada pudiese existir.
Las cosas a la vista eran las mejor ocultas.
Rastrilló con sigilo todo el espacio lindante a la cabaña, porque para eso sí era bueno.
<Cada cinco una>.
Toc, toc. Movimientos se detienen. Siguen. Se detienen.
Toc, toc. Más movimientos. Se detienen.
Toc, toc. Los últimos movimientos antes de que se abriera la puerta.
La altura no era la correcta. El color del pelo tampoco. Pero esos ojos.
Mentían con sólo dirigir la mirada. Eran los ojos de un sobreviviente. De un oculto.
-¿Deseaba mis servicios, señor?- La sonrisa seductora, el escote estratégicamente bajo y las caderas quebradas.
Las palabras no afloraron de su boca. Sabía que estaba sobreviviendo con cada acción. Pocos segundos y logró fascinarlo.
Esa momentánea estupidez fue señal para ella. Milisegundos entre la muerte de su falsa sonrisa y la fuerza empleada para apartarlo. Era tan veloz que Geremías temió que no eligiese la ruta esperada y su plan se hechase a perder. Pero no fue así.
Eligió el sendero seguramente creado por la oculta en caso de una necesaria huída.
De la primer caíada se incorporó en segundos, pero no estaba preparada para la segunda y menos para una tercera.
<¿Qué pensás ahora farolerito?>, se jacto con prepotencia y en silencio mientras en la mayor velocidad posible-una mezcla entre paso rápido y tambaleo- se acercaba a ella.
La peluca negra voló en un interesante intento de cegar a su perseguidor, pero la poca velocidad de Geremías le permitió esquivarla con gracia. Su pelo de oro se perdió dolorosamente en partes entre las ramas de los árboles, pero ella no disminuyó la marcha. Realemente el apodo le quedaba bien, era exquisita la gracia con la cual esquivaba piedras y ramas, pero no tenía ni idea de las cuerdas, y el casi se lamentó por esto, ya que no había cosa más hermosa para un cazador que ver a la Gacela correr por el bosque huyendo hacia la vida.
En la cuarta caída se le tiró encima. Entre resistencias se dio cuenta que obviamente lo superaba en estado, así que no dudó en sacar a Martina. Ante la exhibición del arma se detuvo toda tentativa de rebeldía. Geremías se incorporó con lentitud apuntando con seguridades que nunca tuvo. Ella no se atrevió a levantarse. Se abrió una brecha en el tiempo, lleno de respiraciones. Debía ser fuerte y sostener su mirada punzante.
-¿Cómo me encontraste?- Rompió descaradamente por fin.
- Te lo voy a contar mientras te llevo-. Un paso avanzó, un paso la muchacha retrocedió.
El asomo de una mueca por sus labios.
Nunca dejes que nada se te escape en el rostro, o vas a estar perdida.
Le había dado ventaja y ella no dudó en usarla. Rió, una risa silenciosa pero atronadora.
- No me vas a disparar. No podés. Relajó su postura sobremanera, pero no su mirada. Mujer poderosa. Eran casi visibles los engranajes en movimiento tras su mirada.
-No voy a acompañarte a ningun lugar. Pero sí te voy a acompañar a vos. Sos el primero en encontrarme. Y sé quien sos. Se armó una revolución cuando llegaste. Llevame.
La miró sin comprender, y quizá de una forma muy idiota.
No, realmente no se esperaba eso. Una muchacha decidida, lejos, muy lejos, del polluelo huérfano que el pueblo recordaba, era quien le devolvía la mirada. Con las enaguas desacomodadas, el rostro oculto bajo las manchas de barro y sudor, la melena en frenesí, era la viva imagen de la majestuosidad.
Dos esmeraldas filosas desafiándolo. Ante su titubeo, una hilera de blancos y filosos dientes, segura sonrisa, triunfante, fuerte.
Él la podía ocultar mejor, él la podía sacar. E Iris podría entonces calmar su sed de sangre.
-¿ A dónde?
Se estiraron temiblemente las comisuras de la mujer. Los gorriones trinaron por última vez.
La calle principal, Iros -qué ironía-, dormía como todas las otras calles de esa ciudad a las 1700. <Gente vaga>. Entre piedra y piedra, una planta era testigo de la antiguedad del legendario empedrado fedoriano.
<Si estas plantas hablasen...> pensó, buscando en vano entre los bolsillos interiores de su traje (quizá heredado de su padre) un cigarrillo. Pero no lo hacían. Y menos le dirían a él, que seguro estaba de lo erróneas que serían sus acciones futuras, lo que quería saber.
Un farolero luchaba entre improperios contra la muerte inminente del tercer farol de la cuadra - aunque tal vez el cuarto-. Le pidió un cigarrillo con una educación que no tenía, seguro de conseguir un producto de buena calidad. Los faroleros siempre tienen de los buenos.
-¿Voltiere?- mientras le extendía un Morte Certa. Eran únicos, no podía creer su suerte.
Difícil pero no imposible fue asentir mientras encendía el cilindro azulado. Vaticinaba sin muchos ánimos lo que llegaría luego.
-Buscás a la Gazzella- no hizo falta ninguna respuesta. Liberó el humo como si besase cada partícula que se escapaba de su boca, mientras retenía sus ansias de homicidio- No la vas a encontrar nunca, por mucho que fanfarronees de tu grandeza como detective-.
Le agradeció el cigarrillo y luego preguntó por una cabaña abandonada en el frondoso Tern. Al alejarse esta vez no le dio bola a las plantas que fallecían bajo el peso de sus pies. Media cuadra y tiro 3/4 de cigarrillo con asco.
El farolero, cuyo nombre no importa, no creía ninguna de sus palabras. Pero soñaba ser él quien encontrase a la Gazzella, entregarla y recibir la fortuna impensable que costaba su rescate. Soñaba también quizá tocar sus tetas antes de entregarla. No creía que al oficial le importase.
El celeste se sonrosaba, y el cielo lentamente se tragaba al sol. Pocos eran los pasos que le restaban a Geremías Voltiere para cruzar la sinuosa línea que serparaba la ciudad Iros del bosque Tern. Nulas las ansias que tenía de hacerlo. Aspiró llenando al tope sus pulmones de aire aguado y sus pasos lo introdujeron obstinadamente al destino.
Era tan obvio que hasta se decepcionaba. Una mujer buscada incansablemente por cientos de hombres y mujeres avaros y ahora... Ya alguien lo había hecho cuento con una carta como protagonista, y ahora se hacía realidad en la cabaña menos abandonada pudiese existir.
Las cosas a la vista eran las mejor ocultas.
Rastrilló con sigilo todo el espacio lindante a la cabaña, porque para eso sí era bueno.
<Cada cinco una>.
Toc, toc. Movimientos se detienen. Siguen. Se detienen.
Toc, toc. Más movimientos. Se detienen.
Toc, toc. Los últimos movimientos antes de que se abriera la puerta.
La altura no era la correcta. El color del pelo tampoco. Pero esos ojos.
Mentían con sólo dirigir la mirada. Eran los ojos de un sobreviviente. De un oculto.
-¿Deseaba mis servicios, señor?- La sonrisa seductora, el escote estratégicamente bajo y las caderas quebradas.
Las palabras no afloraron de su boca. Sabía que estaba sobreviviendo con cada acción. Pocos segundos y logró fascinarlo.
Esa momentánea estupidez fue señal para ella. Milisegundos entre la muerte de su falsa sonrisa y la fuerza empleada para apartarlo. Era tan veloz que Geremías temió que no eligiese la ruta esperada y su plan se hechase a perder. Pero no fue así.
Eligió el sendero seguramente creado por la oculta en caso de una necesaria huída.
De la primer caíada se incorporó en segundos, pero no estaba preparada para la segunda y menos para una tercera.
<¿Qué pensás ahora farolerito?>, se jacto con prepotencia y en silencio mientras en la mayor velocidad posible-una mezcla entre paso rápido y tambaleo- se acercaba a ella.
La peluca negra voló en un interesante intento de cegar a su perseguidor, pero la poca velocidad de Geremías le permitió esquivarla con gracia. Su pelo de oro se perdió dolorosamente en partes entre las ramas de los árboles, pero ella no disminuyó la marcha. Realemente el apodo le quedaba bien, era exquisita la gracia con la cual esquivaba piedras y ramas, pero no tenía ni idea de las cuerdas, y el casi se lamentó por esto, ya que no había cosa más hermosa para un cazador que ver a la Gacela correr por el bosque huyendo hacia la vida.
En la cuarta caída se le tiró encima. Entre resistencias se dio cuenta que obviamente lo superaba en estado, así que no dudó en sacar a Martina. Ante la exhibición del arma se detuvo toda tentativa de rebeldía. Geremías se incorporó con lentitud apuntando con seguridades que nunca tuvo. Ella no se atrevió a levantarse. Se abrió una brecha en el tiempo, lleno de respiraciones. Debía ser fuerte y sostener su mirada punzante.
-¿Cómo me encontraste?- Rompió descaradamente por fin.
- Te lo voy a contar mientras te llevo-. Un paso avanzó, un paso la muchacha retrocedió.
El asomo de una mueca por sus labios.
Nunca dejes que nada se te escape en el rostro, o vas a estar perdida.
Le había dado ventaja y ella no dudó en usarla. Rió, una risa silenciosa pero atronadora.
- No me vas a disparar. No podés. Relajó su postura sobremanera, pero no su mirada. Mujer poderosa. Eran casi visibles los engranajes en movimiento tras su mirada.
-No voy a acompañarte a ningun lugar. Pero sí te voy a acompañar a vos. Sos el primero en encontrarme. Y sé quien sos. Se armó una revolución cuando llegaste. Llevame.
La miró sin comprender, y quizá de una forma muy idiota.
No, realmente no se esperaba eso. Una muchacha decidida, lejos, muy lejos, del polluelo huérfano que el pueblo recordaba, era quien le devolvía la mirada. Con las enaguas desacomodadas, el rostro oculto bajo las manchas de barro y sudor, la melena en frenesí, era la viva imagen de la majestuosidad.
Dos esmeraldas filosas desafiándolo. Ante su titubeo, una hilera de blancos y filosos dientes, segura sonrisa, triunfante, fuerte.
Él la podía ocultar mejor, él la podía sacar. E Iris podría entonces calmar su sed de sangre.
-¿ A dónde?
Se estiraron temiblemente las comisuras de la mujer. Los gorriones trinaron por última vez.
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