-Bien- casi suspiró Brian. Soltó la última nube de cigarrillo y presionó el mismo contra la mesa. Tomó nuevamente el lápiz y la hoja que había dejado a un lado al entrar-, ahora más calmados quiero que me cuentes sobre... lo que tengas que contarme. ¿Cómo llegaste a la orilla?
¿Cómo había pasado? Para Iris, todo se asemejaba a un sueño. En un momento estaba expulsando lágrimas felices en los hombros de Geremías, y al siguiente tenía que dejarlo atrás, para poder salvarse. Salvarlos.
El detonante fue el anillo. Más bien, crear algo sin comprar. Llenó de imsomnio sus noches, y de inseguridad sus roces. Pero, era comprensible, ¿No? De alguna forma habían quebrantado una regla no escrita, y en algún momento.
En algún momento.
Un día, luego de pintar una casa en las alturas de Oplaca
-¿Alturas?- Interrumpió el Encargado Brian- Osea que hay gente más pudiente en tu ciudad.
Con timidez Iris le contó sobre los pudientes de Oplaca, en la cima de las dunas. No eran quienes más tenían, aquellos se ubicaban cerca del Mercado, donde el olor no los tocaba; pero eran los pudientes de las pequeñas ciudades, que aseguraban la paz y cobraban los impuestos. Desarrollaban los sistemas anti-robo, dirigían a los azules y financiaban las casas de mujeres acompañantes. Brian no quiso preguntar a qué se dedicaban esas casas, pero no pudo evitar una mueca de desagrado y pena.
Un día, luego de pintar una casa en las alturas de Oplaca, Geremías la asustó. Con un semblante sumamente serio, y sin mediar palabra la empujó dentro de la sala de paga y la devoró. En un principio, todos los miedos de Iris estallaron en su estómago y fueron expulsándose al exterior, en gotas de sudor, en temblores, en pequeños gemidos de disconformidad y terror. Y el la soltó. Su vista, oscurecida por el pánico, volvió lentamente a la normalidad, pero la gravedad le jugó una mala pasada y la dejó echada en el suelo.
Enseñándole la espalda, Geremías empezó a escarbar entre la basura.
-Decime, ¿Qué es la sala de pago?.
-Nuestra riqueza. Ahí van los "desperdicios"- mientras explicaba ella se sentía en el lugar de su madre, cuando le enseñó el funcionamiento del mundo-. Mientras más llena esté, más pobre se es. Las cosas cuestan gramos. Los gramos son guardadas en las mochilas de pago, diseñadas por los pudientes de Oplaca. Tienen sensores conectados a las pulseras. No podemos salir de nuestras residencias sin la mochila. No podemos abrirlas salvo en el momento de pagar y cobrar, en la sala de pago o en la caja del mercado, o se activa la alarma. No podemos salir ni entrar de las sala de pago con cosas en las manos, las pulseras lo detectan. Se ingresa la cantidad de gramos que debe salir o entrar en la sala de pagos en el tablero de la mochila, y cuando se completa se debe cerrar. Los pudientes tienen muchas habitaciones de pago, muy grandes, y siempre logran vaciarlas. Todas las casas tienen que tener una.
El lápiz del Encargado danzaba rápidamente por toda la hoja, y le pidió que continuara, que le dijese qué buscaba Geremías.
-Ropa-.
¿Cómo había pasado? Para Iris, todo se asemejaba a un sueño. En un momento estaba expulsando lágrimas felices en los hombros de Geremías, y al siguiente tenía que dejarlo atrás, para poder salvarse. Salvarlos.
El detonante fue el anillo. Más bien, crear algo sin comprar. Llenó de imsomnio sus noches, y de inseguridad sus roces. Pero, era comprensible, ¿No? De alguna forma habían quebrantado una regla no escrita, y en algún momento.
En algún momento.
Un día, luego de pintar una casa en las alturas de Oplaca
-¿Alturas?- Interrumpió el Encargado Brian- Osea que hay gente más pudiente en tu ciudad.
Con timidez Iris le contó sobre los pudientes de Oplaca, en la cima de las dunas. No eran quienes más tenían, aquellos se ubicaban cerca del Mercado, donde el olor no los tocaba; pero eran los pudientes de las pequeñas ciudades, que aseguraban la paz y cobraban los impuestos. Desarrollaban los sistemas anti-robo, dirigían a los azules y financiaban las casas de mujeres acompañantes. Brian no quiso preguntar a qué se dedicaban esas casas, pero no pudo evitar una mueca de desagrado y pena.
Un día, luego de pintar una casa en las alturas de Oplaca, Geremías la asustó. Con un semblante sumamente serio, y sin mediar palabra la empujó dentro de la sala de paga y la devoró. En un principio, todos los miedos de Iris estallaron en su estómago y fueron expulsándose al exterior, en gotas de sudor, en temblores, en pequeños gemidos de disconformidad y terror. Y el la soltó. Su vista, oscurecida por el pánico, volvió lentamente a la normalidad, pero la gravedad le jugó una mala pasada y la dejó echada en el suelo.
Enseñándole la espalda, Geremías empezó a escarbar entre la basura.
-Decime, ¿Qué es la sala de pago?.
-Nuestra riqueza. Ahí van los "desperdicios"- mientras explicaba ella se sentía en el lugar de su madre, cuando le enseñó el funcionamiento del mundo-. Mientras más llena esté, más pobre se es. Las cosas cuestan gramos. Los gramos son guardadas en las mochilas de pago, diseñadas por los pudientes de Oplaca. Tienen sensores conectados a las pulseras. No podemos salir de nuestras residencias sin la mochila. No podemos abrirlas salvo en el momento de pagar y cobrar, en la sala de pago o en la caja del mercado, o se activa la alarma. No podemos salir ni entrar de las sala de pago con cosas en las manos, las pulseras lo detectan. Se ingresa la cantidad de gramos que debe salir o entrar en la sala de pagos en el tablero de la mochila, y cuando se completa se debe cerrar. Los pudientes tienen muchas habitaciones de pago, muy grandes, y siempre logran vaciarlas. Todas las casas tienen que tener una.
El lápiz del Encargado danzaba rápidamente por toda la hoja, y le pidió que continuara, que le dijese qué buscaba Geremías.
-Ropa-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario