Y me hundo en lo profundo de ese río marrón. Mis pies no pisan fondo, me siento insegura. ¿Será esto el inferno? Se asemeja al cielo, donde yo puedo ser realmente Yo.
Indiscutible que ya no es lo que fue, aquél de ojos sinceros. Por que la sinceridad no le gana al desprecio, y mi estómago aprieta con cada arremetida. Mis manos en su espalda, recorriendo con suavidad. Sus palabras en mi pecho, clavando como dagas. Su risa en mis oídos, pintando el día. Su opresión sobre mis alas, desplumándolas.
Debo ser yo quien te arranque el corazón ahora. Y eso duele. Me pregunto, ¿Te dolió cada vez que lo hiciste? ¿Cada vez que escupiste sobre mi valor?
Y entonces Él. Con sus palabras de fuego, quemando cada paso dado por mí. Y entonces Él, trayendo aire de verano, olor de primavera, frescura de otoño, viejo amante del invierno.
Y yo.
Y él. Y yo.
Y Él y Yo.
Y yo y él
Y Yo. Y Él.
Porque mi corazón siente que caminamos el mismo camino. Pero no quiero engañarme. El problema también es el hecho de que caminemos el mismo camino. ¿Si su alma ya está repartida? ¿Si ya no tengo lugar? Y si tengo lugar, ¿Y no me conformo?
Tengo miedo.
Pero no clavo mi cuchillo en un panda por deseo a un lobo. Lo clavo por amor a una zorra. Eso es lo único seguro.
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