El momento en que la verdad se desnuda frente a los ojos curiosos de aquellos que sumidos en una ignorancia ilógica decidieron saber... ése es el momento de su condena. Porque uno realmente no quiere saber. No lo desea. Esa parte de su subconsciente que el consciente interpreta como deseo de verdad, en realidad es la parte de su psiquis que desea el sufrimiento.
Esto se aplica a cualquier cuestión donde el grueso de la población (o de quienes quiera que sean los otros que también se comen el verso, ejem.: tus descerebradas compañeras de secundaria) considere las verdades de arriba como las verdades absolutas y de pronto, un ente, un alguien, un nadie se pregunta: ¿Es así? ¿O acaso es esta una mentira que dice ser verdad que logra que la gente piense que es verdad pero que en realidad es un invento que como todo invento de los de arriba (clases dominantes, autoridades, padres, grupos de amigos, parejas opresivas, compañeros de estudios, etc.) en realidad es una herramienta controladora recubierta de una falsedad más grande como una casa y yo me la re tragué como un pelotudo de mierda y elreputopadrequeteremilparió?
Bueno, catarsis fuera, este nadie ya metió la pata y se preguntó. Preguntarse es el primer paso suicida hacia el abismo que conlleva la verdad.
Con un piecito de este ingenuo dentro de la tumba, la verdad, cínica como ella sola, se desnuda. Sí, se pone en pelotas. Se quita los quilos y quilos de ropa y maquillaje que la envuelven, la tapan y la hacen ver hermosa y perfecta y deja al descubierto su carra llena de podredumbe. Algo así como la cara de Moria Casán.
Y entonces el nadie llora. Tal vez no físicamente, pero llora. Porque la verdad no es la mentira. Ya no estás engañado. Ya no sos felizmente ignorante. Y cada vez que veas esa cara hermosa vas a acordarte de su oculta faceta, aquella que no se muestra a los valientes (como muchos creen) sino que a los que ya no desean vivir más en felicidad. Ya no vas a disfrutar de la anestesia que esa ficción te otorgaba.
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