viernes, 25 de octubre de 2013

Mirage

 Abriste los ojos con exesiva parsimonia. Y te quedaste ahí destrozando con la mirada tu techo. ¿Qué habías hecho anoche? ¿Qué ibas a hacer hoy?
  El brazo pesado de Geremías te empezó a incomodar una vez te diste cuenta de que el mismo ahí estaba.
  Parpadeaste y frente a vos el espejo. Que feas ojeras. No dormiste nada.
 Ahí estaba esa. Ahí estaba tu vos, tu otra, la que siempre te acompaña. Con su malhumorada cara, sus pensamientos cargados de un agrio veneno.
 Fijamente unidos un par de ojos con el otro. Sujetos por una delgada e invisible línea. Imposible de separarlos. La miraste por largo rato. Trataste de meterte en ella, de volver a ser una sola, pero tus intentos fueron frustrados por las naúseas.
 Bueno, al parecer ota vez debías esperar. Ni en el más profundo empedamiento se te ocurriría salir de su baño si no volvías a unirte con esa del espejo.
 Que traviesa, siempre escapándote. Eso te dice ella. Si vos sos Pame, ¿Ella será Emap?
 Más cerca, más cerca, y sus narices casi se tocaban. Acercaste tus labios a los de ella, y en ese roce eterno pudiste sentirlo todo. Tu corazón palpitó y también el suyo, por que eran el mismo. Eran el mismo, y vos ya no estabas besando nada más que la fría y gélida superficie de un espejo ciego. Otra vez eras vos.
 Ya no te miraba más. Sobre la extensión de tu cama, reposaba él. Él, junto con toda su detestable existencia. Su maravilloso y ordinario cuerpo, su suave y repugnante respiración. Sus largas pestañas que proyectaban sombra sobre esa piel tan asquerosamente tersa e impoluta. No eres feliz. No eres triste. No eres nada.
Hace rato que estás en el auto, sin darte cuenta de cómo llegó a pasar esto. Te ocurre muy seguido últimamente, cuando el tiempo se dobla, se choca y se come a si mismo, comprimiéndose y transformándose en nada. ¿Sería esta una premonición? Deberías dar bola a las señales Pame.

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