Sobre la tierra húmeda de lágrimas posó el primer ladrillo. Muchos soles le habían sido dados, muchas olas corrieron por su cauce. Pero ahora su río se había secado y en su cielo habitaban las penumbras.
¿Cómo había dejado que le succionaran de esa forma la sangre? ¿Por qué lo permitiste?
Yo lo conocí oscurecido, con la cappotto di sera sobre los hombros. Y sin embargo brillaba.
Mi caso era el mismo. Aunque mis ríos nunca van a volver a fluir, por que araron tan profundo que destruyeron toda posibilidad de que la vida vuelva a nacer ahí.
Un día, hablando con él sentí sobrevolar un pajarito. Cantó de forma muy suave, pero logró sorprenderme. Supe enseguida que el autor de tan hermosa melodía no podía ser otro que el Lamprotornis splendidus-vulgarmente conocido como el estornino metálico espléndido-, a razón de su característico canto
Tuii-pri-tuituituituii
~Pájaros azules~ pensé en ese momento. Já.
Qué curioso, qué curioso.
Los días fueron pasando y los únicos pajaritos -o pajarotes- que "perturbaban" mi paz eran los típicos cabecita negra (Carduelis magellanica), cada vez que unía mis hilos con la bailarina, o los Alcedo atthis diarios que devoraban lombrices a la vera de mi difunto río cuando el saxofonista me dirigía la palabra. también estaban las cotorras, muy típicas del grupo de las cinco y de las salidas casuales dónde Febo decidía asomar las pestañas.
El tema es que para cuando yo lo conocí su muro parecía una medianera. No podía verlo, pos claro, pero estos datos quedaron gravados en mi curiosa mente cosida sin que yo pudiese notarlo.
Ahora no sé si reirme o llorar al ver con claridad esos ladrillos rudimentarios. Osea, parece patético comparado con el gran Muro del Pianto que adorna este infértil bosque.
Ahhh... este infértil bosque. Puedo recordar ahora cuando corrían por acá las lauchas, me parecen tan bonitas. Los zorros colorados -puedo jurar que eran zorros colorados- se las devoraban, pero aún con sus colmillos y pelajes llenos de jugo rojo, y con pequeñas patitas colgando de las comisuras, lucían adorables. La melodía de las cotorras era constante (aunque agradezco en parte que hayan fallecido, eran tan molestas), y el río... ay el río. Fluía salvaje, omnipotente, ansioso, apasionado, precioso, brillante, arrasador; era un río tan feliz.
Hasta que llegó el lobo disfrazado de cordero. Ojo, yo me siento una re boluda, pero de cordero era imposible adivinar su identidad. Posta que era muy buen disfraz.
El tema es que destruyó todo. Con sus manos llenas de petróleo asesinó a mis pájaros y a mis bellas lauchas. Uno a uno los zorros fueron cayendo. Y luego... con esas manos sucias, quebradas por la lujuria, esas manos endemoniadas y pútridas... le sacó la pureza al río. A MI río. Le quitó su brillo... su calor, su vida. Lo mató. Una y otra vez. De todas las formas que pudo. Lo encerró, lo humilló, lo lastimó. Lo que no puedo hacer fue por que el tiempo no le sobraba.
Ahhhh, pero ya está. Yo tuve en ese momento que apoyar mi primer ladrillo.
*
En su caso fue una mariposa. Con su cuerpo multicolor cromatizó sus días, le hizo ver un cielo que tal vez jamás sea capaz de volver a ver. Logró que su corazón estuviera cerca de explotar fuera de su caja toráxica, amenazó con dejarlo ciego con el brillo imposible de sus alas... Y luego desapareció. Tomó impulso y partió, en busca de nuevos horizontes, en busca de nuevos rostros y pieles. No sin antes secar su río. De unos pocos sorbetones (unas pocas palabras puntiagudas), dejó atrás los días de exquisito manantial.
El afirma y cree de forma vehemente que su río volvió a fluir. Yo no lo veo así. Yo creo que el ruido armonioso que el confunde con agua, es ni máas ni menos que el cantar de algún pájaro insistente y terco. Queriendo decirle algo. Trantando de hacerle notar algo de lo que, tal vez, no puede darse cuenta.
Por mi parte opino casi ansiosamente que su río -si bien creo que está seco- puede volver a fluir.
De todas formas, aunque me encantaría ayudarlo con eso, ese no es mi trabajo. Ni aunque lo fuera, sería yo capaz de lograrlo.
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