miércoles, 14 de enero de 2015

Empezamos

 Todo empezó con el anillo. Geremías aseguraba que casarse era muy costoso, pero que debían hacerlo para terminar con el tema de los clientes de Iris. La mayoría se habían marchado pacíficamente al saber de su compromiso, pero hubo un par de excepciones y no sabía cuántos cadáveres más podía aguantar la montaña de desechos detrás de su casa.
 Una vez volviendo a su casa, la actual casa de ambos, Geremías tomó algo del suelo. Por mucho que Iris insistió, no se lo mostró. Un día y una noche enteros estuvo encerrado en la habitación de paga, para poder trabajar en paz, mientras Iris se angustiaba por la incertidumbre.
 Era un pedazo de sol. Y lo más impresionante: era idéntico a aquel que se otorgaba una vez pagado el casamiento. Fue un forcejeo que duró toda una semana para que ella se atreviese a usarlo y dejase atrás el miedo de ser descubierta. Su mano temblaba al salir de su casa, temblaba al comprar en el mercado, temblaba en la bifurcación. Y temblaron tras el cuello de Geremías cuando se lanzó sobre él al cruzar el umbral de su puerta, bañado su rostro en lágrimas. Quizá de nerviosismo, quizá de felicidad.
 Por la noche, los fantasmas la iban a visitar, picoteándole la cabeza, impidiéndole dormir.
-Él lo hizo, él lo hizo.
 De pronto el anillo tomó la forma de obstáculo entre ellos. Transformó el cuerpo de Iris en el encuentro de dos placas tectónicas cada vez que la acariciaba.
 Y de pronto a él empezó a dolerle que ella se alejara.
 Por eso decidió que era el momento.

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