lunes, 3 de diciembre de 2012

Dedicale una del Flaco.

Me levanté sintiéndome fatal. No era raro ya, habían sido varios los días anteriores en que me sentía de la misma forma al despertar. Lo que me sorprendió esa mañana fue el hecho de no escuchar el despertador una vez que abrí los ojos, cosa que sucedía todos los santos días. Giré mi cabeza, buscando con la mirada el endemoniado aparato, y más grande aún fue mi sorpresa cuando lo localicé.
-¿Cinco cincuenta? Pero qué mierda...

Cinco cincuenta no era un buen horario para despertar. No era mí horario. Pensé en desentenderme del asunto y regresar al plácido sueño arrebatado cruelmente, pero luego razoné que quizá fuera mejor levantarme y empezar mi día en ese mismo momento. Hacía muy poco que había ingresado en el departamento, todavía era el chico: "traeme un café... Fer, ¿No?".

Fer. Fer, Fer, Fer. Que gente de mierda.

Por la razón ya mencionada, debía más que nunca ser puntual en mi vida.
 El día anterior casi había llegado tarde, con todo lo de llevar a mi novia a la casa, y cuando tuve que detener el auto por el maldito gato de mierda que se cruzó en mi camino... y qué carajo me importaba a mí ese gato. Si no hubiese sido por la histérica de Celina, mi novia, y sus gritos aturdidores, ni me habría detenido luego para saber qué había pasado con dicho animalejo.
 Para qué. Verlo con los órganos reventados no fue lo más grato, y Celina que gritaba que me iba a dejar, que "¡Maldigo el día que te conocí, asesino!", y muchas pelotudeces más. De lo podrido que me tenía le contesté que me parecía perfecto, que para qué queria yo a una histérica reventada que lo único que sabía hacer era vaciarme el bolsillo y el tanque del auto. Eso no mejoró la situación, y terminé de todas formas dejándola en su puerta, con muy pocas horas de sueño por delante, y mi cachete izquierdo colorado.

El día siguiente a la masacre del felino fue muy duro despertarme, mi cerebro no estaba correctamente funcionando, y me pasé dos paradas en el 20- me había visto obligado a tomar ese colectivo, luego de que el tanque de mi auto quedara casi vacío-, y al instante de bajarme, era tal mi grado de embotamiento, que no tenía ni la más puta idea de donde estaba parado, razón por la cuál tomé un taxi. Cuando vi mi puerta caí en la cuenta de que fue mi dirección la que le dí al taxista, en vez de la dirección de la empresa. Mi indesición oscilaba entre esperar un milenio a que pasara de vuelta algún 20, o tomarme de vuelta un taxi... recordé mi alacena vacía y las tres hojas de lechuga que me quedaban, con el queso que ya empezaba a largar un raro edor, y me decidí por el viaje en bicicleta. Quién sabe, tal vez empezar con una rutina saludable haga que viva más, como mi abuelo. Ese sí que vivió largo y tendido. ¡Noventa y nueve años!. El viejo podrido no se moría más. Yo no veía la hora de que tocara de una vez por todas el arpa y me dejara la "colorada", esa guitarra suya que sonaba majestuosamente...

Fue con esa guitarra con la que conquisté a Pame. Le toqué esa que tanto le gustaba del Flaco, se le caían las lágrima; y ahí estaba su hermana con esa cara de orto suya, esa siempre le tuvo envidia a la Pame. Todavía no entiendo que mierda se me cruzó por la cabeza para dejarla y después ponerme a salir con la idiota esta de Celina, después de tanto que me costó remarla para poder declararme. Además yo sabía que a Fabián nunca se lo había cogido, si era más dulce e inocente. Pero esos celos enfermizos de la adolesccencia que no tienen razón de ser...

Recuerdos amargos de lado, ese día llegué temprano al laburo, pero tenía un olor a chivo que reventaba, y lo primero que hice fue perdirle a Jorge que me diera una de esas camisas que le daban a los promotores- que dicho sea de paso a  las chicas les queda bárbaro-, y bueno así anduve todo el día, abasteciendo los baños sin papel higiénico, y sacando fotocopias como para limpiarse el orto durante una vida entera.

Y volviendo a ese dia, el de las cinco cincuenta... No fue distinto del día anterior. Debe ser que mi cerebro, o mi cuerpo entero, está en huelga. Desayuné temprano, me cambié temprano, hice todo con prontitud y sin distracciones, pero quedé media hora enfrente de la puerta sin saber que carajo tenía que hacer a continuación. Entonces opté de vuelta por el viaje en bicicleta, llevándome en la mochila una camisa de más, la negra-azulada, que ya que la saqué a tema, esa a Pamela le encantaba.
Cuando llegué, luego de sacarme la remera toda pegajosa y asquerosa y ponerme a continuación la otra- que con este calor insoportable quién no va a transpirar, todo por el maldito calentamiento global, y demás hijaputeces que provocan las empresas multinacionales para poder mantener su cómodo estilo de vida en este sistema capitalista de mierda- fui preparándome mentalmente para los: "Fer, Fer, Fer, ¡El cafecito!".
Me sorprendió mucho entonces encontrarme con Jorge y que este me diera una montaña de papeles coloridos para llevar al segundo piso- Once pisos, hijo de puta-; y que además, cuando sonara el teléfono, me pidieran que lo atendiera yo. 

Y ahí estaba yo, atendiendo a Pame. Sonaba congestionada, pero sin duda era ella, con esa tonada particular de toda su familia, pidiéndome a mí que le pasara con su hermana.

-Ya, ya te paso. Eh... ¿Cómo estás Pame, tanto tiempo? Soy yo, Fran, seguro te acordás... Tu hermana te debe haber contado que empecé a trabajar con ella...Bah, ella vendría a ser mi jefe, yo le llevo el café y esas cosas pero ya voy a empezar a tra...
-Pasame con Iris, Franco.
- Jaja, era Francisco. Iris me decía Franco, ¿Te acordás?
-...Pasame. Después hablamos.
-O...okey, okey.

Era muy raro... no sonaba más a Pame. Se me cruzó por la cabeza dejarle a alguien el teléfono y llevar los papeles a destino, que estaban haciendo equilibrio sobre mi mano desde que había atendido el teléfono. Pero quería, por alguna razón, entregarle yo el teléfono a la desgraciada.

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